Un laberinto era el infinito para Leibniz (quien afirma en varias ocasiones que tanto lo infinitamente grande como lo infinitamente pequeño no son sino ficciones para el pensamiento que busca la explicación de los fenómenos) pero laberinto era asimismo, para él, la cuestión del mal, indisociable de problema del bien. Curtido, desde sus años de joven matemático, en el leibniziano puzzle del infinito y el continuo, Javier Echeverría se confronta ahora al segundo laberinto. Y lo hace restaurando el bíblico relato del árbol cuyo fruto escondería el misterio. Tomando implícitamente una vía opuesta a la que conduce a la kantiana división de la razón, Echeverría apunta a hacer de la polaridad bien-mal objeto de efectiva ciencia. En este escrito discutimos alguna de las implicaciones de su apuesta.
Gómez, V. (2007). Ciencia prohibida... ciencia buscada (A propósito de La ciencia del bien y del mal de Javier Echeverría). Isegoría, (36), pp. 309-315