Con su segundo poemario, Juegos de mano, Ana María García pone una definitiva pica en Flandes. Aquella que nos hace recordar que la poesía es, sin merma de los usos del corazón, el hígado y la mente, un hecho de lenguaje. Sobre todo es un hecho de lenguaje. Y en ella no cabe el relato de las buenas, o las malas, intenciones. En la poesía lo que se dice y cómo se dice es una sola y misma voz.
El notable discurso de Juegos de mano es, en varios de sus tramos, difícil y complejo. Aquí se enredan los menesteres de la prosa con los menesteres del verso y el silencio. Las estancias, minimalistas y perfectas, de estirpe japonesa, ocupan un lugar de privilegio. Así también, en ciertos textos, el poema de postín suele cubrirse con los tonos del ensayo o de la reflexión. Entre la razón aparente y el desatado sueño, las palabras llaman a las palabras. Poesía que se medita en poesía, al tiempo que el lenguaje se dice y se desdice. Territorio de escépticas pasiones, pasto de arcanos. El derrumbe perpetuo de los cuerpos, sin estrépitos mayores, como las luces blancas, parpadeantes, de la melancolía. – Antonio Cisneros.
García, A. (1999). Juego de Manos. Lima: El Caballo Rojo ed.