El aumento de los adultos mayores en las últimas décadas y la mayor longevidad de las personas traerá consigo una alta demanda de servicios en las etapas finales de la vida. Existe una estrecha asociación entre envejecimiento, como proceso que cruza lo biológico, lo social y lo biográfico, y la muerte, que resulta en la práctica consubstancial a la cultura. La vejez es una etapa de menoscabo y pérdida. Tanto en el plano de lo visible como en el de los rendimientos, el cuerpo biológico deja de ser lo que era y se transforma en un sentido negativo. Junto al ámbito biológico y el biográfico, existe un tercero, el ámbito social, al que cabe llamar valórico. Crucialmente, la vejez es etapa biográfica, evidenciada por ciertos atributos exteriores. De acuerdo al reloj social de cada comunidad tiene asignados deberes y derechos. Toda norma de comportamiento carece de sentido si no hay libertad para aceptarla o rechazarla. Así se puede ejercer el diálogo, que constituye la vida social; cuando se pierde, resiente la propia identidad como agente moral o como persona autónoma. La ética de la calidad de vida en la vejez debe fundarse y fundamentarse sobre expectativas sobrias, modestas y realizables. El diálogo es la herramienta más importante que el discurso bioético ha venido a aportar a las sociedades modernas. Si bien la medicina es una metáfora social básica, las formas de ayuda y de inserción social deben incorporar una sensibilidad especial hacia las relaciones de poder, los contextos en que se interpretan las relaciones humanos y los factores culturales que inciden en el trato otorgado a las personas de edad avanzada.
Lolas, F. (2001). Dimensiones bioéticas de la vejez.Acta Bioethica, 7(1), pp. 1-14.