El suicidio sólo se puede comprender desde una reflexión previa sobre la muerte. A propósito de algunos textos de Hegel, Goethe y Heidegger, el autor recuerda la concepción de la muerte no sólo como parte de la vida, sino como lo que le da sentido. Una idea análoga, aunque expresada de un modo muy original, es la que sostiene el poeta Rainer María Rilke en una carta a su editor en polaco, W. Hulewicz, del 13 de noviembre de 1925. El autor intenta investigar más en profundidad el pensamiento del poeta respecto a la muerte, a través de un análisis de la Octava, Novena y Décima Elegías del Duino (1922), poesías en las cuales el poeta desarrolla su concepto de la “muerte propia”, anunciado en su novela Los Cuadernos de Malte (1910). Para él la vida misma consiste en “aprender a morir”, en preparar con tiempo “la obra
maestra de una muerte noble..., de una muerte consumada, feliz y entusiasta, como sólo los santos supieron concebirla”. La pregunta es entonces qué puede pasar para que alguien no espere su muerte propia y destruya con su acto suicida la armonía de la vida y de la muerte. La respuesta la da el poeta en el Réquiem para Wolf von Kalckreuth (1908). El suicida no reconoce en la tierra la posibilidad de la alegría, como la que a veces se esconde detrás de los dolores. En segundo lugar, el suicida se apresura a dar a la vida y a la muerte una interpretación definitiva, sin esperar que en el camino se nos devele el sentido de la existencia. Por último, el joven suicida de Rilke, que era un poeta, no dejó madurar su obra, quizás porque no comprendió cuál era la esencia de la poesía: que a través de ella el poeta se transforme en las palabras que eternizan las cosas.
Dörr, O. (2000). La muerte y el suicidio en la poesía de R.M. Rilke. Acta Bioethica, 6(1), pp. 1-8.