Así era él: socarrón [Juan José Saer], veloz, inteligente, burlón hasta consigo mismo. Y también irascible y arbitrario. Siempre pensé –y siempre le dije– que era el escritor menos parecido a su literatura que había conocido. Porque frente a su espontaneidad (jamás exenta, es cierto, de una gran afectividad, de una gran humanidad, diría: de una gran bondad, y ello en el sentido machadiano de la palabra “bueno”), uno se encontraba en sus textos con un artífice, que practicaba una labor titánica, meticulosa y obsesiva, con la delicadeza, la suavidad y la finura del orfebre. Su escritura perseguía lo absoluto, en la palabra y en la imagen, mediante la descomposición, hasta volverla irreconocible, de eso que nosotros llamamos realidad.
Goloboff, M. (2005). La escritura y lo absoluto. Orbis Tertius, nro. 11, pp. 1-2.