Toda mi poesía y poemas estuvieron signados, aún los menos aparentes, por mis creencias y sentimientos políticos, pues la realidad fue siempre mi influencia fundamental y yo fui solamente un escribano de ella, un testigo y escribidor impenitente, que ha contaminado —¿favorable o desfavorablemente?, eso ya es otro problema— mi conciencia y psicología personal, por lo tanto mi desafío cuando escribía. También los recuerdos de infancia tuvieron un rol importante: porque creo que nunca dejé de ser el niño que fui, a pesar de todo los sufrimientos, dolores, dudas, desesperanzas que pasé, pues siempre, cuando escribía, comenzaba por preguntarme cosas, es decir mis poemas siempre partieron de interrogantes y respuestas infinitas que me fui dando, y cuando ya tenía una respuesta que creía era la conveniente o correcta comenzaba a escribir y hablar conmigo mismo, y siempre me respondía una voz que no parecía la mía, sino la de alguien que venía o llegaba de muy lejos. La mayor parte de mis últimos libros, desde la Saga especialmente, los poemas los escribí, digamos, a oscuras, cuando no podía dormir o cuando no sabía lo que escribía o no encontraba la respuesta adecuada, entonces no veía las letras en ese momento, pero al día siguiente, cuando me despertaba, un poco soñoliento, me parecía que decían algo interesante, sobre todo a mi subconsciente, entonces los dejaba, y así fue como se fueron instalando los poemas, y después venía ya la etapa del orden y la limpieza. Como ahora duermo bien y no extraño la somnolencia, ni la oscuridad, ni la realidad me descubre cosas que pueda ponerme en dudas, ya no escribo. He descubierto la luz y esa luz ha descubierto en mí otro camino: el del silencio, último y necesario.
Cristóbal, J. (2016). Memorias de un desaparecido (Antología). Lima: Universidad Ricardo Palma
Páginas: 286
ISBN: 976-612-4234-57-6
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