Desde Hobbes hasta las neurociencias hay una cierta línea de continuidad que tiende a naturalizar la política reduciéndola al gobierno útil de la vida humana, por lo que se transforma en biopolítica. En este marco, la violencia aparece como un instinto natural insoslayable que debe ser administrado políticamente. Contrarrestando el naturalismo de la violencia, y siguiendo algunas pistas críticas abiertas por Hannah Arendt, cabe distinguir entre agresividad y violencia. La agresividad es natural pero la violencia es intencional (simbólica). Ella existe como negación ética de la alteridad y no como pulsión determinante de la naturaleza. Por ello la memoria transciende el ámbito de la mera funcionalidad natural para instituirse como potencia neutralizante de la violencia.
Bartolomé, C. (2011). Crítica a las tesis naturalistas de la vida humana. Un diálogo con Hannah Arendt. Isegoría, (45), pp. 609-624