¿A quién se dirige este texto? Por supuesto, a quienquiera que tenga un interés en el cruce entre feminismo y economía, y en una perspectiva latinoamericana de ese encuentro. Pero, particularmente, esta publicación desearía llegar a tres públicos. Por un lado, al amplio espectro de quienes ejercen en el ámbito de la economía y, en concreto, quienes lo hacen desde el ámbito académico. Por otro, al movimiento feminista y de mujeres (y, en un sentido más amplio, a los movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil). Como se señala en la introducción, quizá la aspirada relación entre economía feminista y movimiento feminista sea más bien tibia. La economía feminista toma en el movimiento su impulso y su sentido; cuando es elaborada desde los espacios oficiales de generación de conocimiento debe medirse a sí misma según sea su capacidad de enriquecer al propio movimiento y de alimentarse del mismo. A la par, la economía sigue siendo “un campo que, hoy por hoy, aún debemos [el movimiento feminista] disputar” (León, 2009b:13). El movimiento ha de ser un agente activo en la construcción de pensamiento y propuestas económicas. Como señalaron las organizaciones feministas en la Conferencia de Brasilia 8 es de la mayor importancia la existencia de “sujetos colectivos con capacidad de resistencia y autonomía para definir sus prioridades y proyectos emancipatorios”. La interacción entre academia y movimiento en la construcción común de una mirada feminista es indispensable para ello. Y el terreno de la economía es un campo absolutamente clave donde lograrlo. Y por último, la voluntad propositiva de la economía feminista implica que un interlocutor priorizado sea todo el espectro de agentes e instituciones tomadoras de decisiones y hacedores de política. El compromiso con la transformación de las situaciones de desigualdad supone que un ámbito que recibe máxima prioridad es el de la incidencia en las políticas públicas, y ese enfoque es una línea argumental compartida por todas las autoras de esta publicación. El ámbito institucional en América Latina a día de hoy tiene, cuando menos, cierta capacidad receptiva y voluntad de cambio que amerita ser aprovechada. Se han producido cambios normativos, institucionales y políticos que suponen un avance. Por ejemplo, el reconocimiento del valor productivo del trabajo no remunerado en varias constituciones. La economía feminista puede jugar un papel clave develando las contradicciones (por ejemplo, cómo evitar que los programas de transferencias monetarias condicionadas refuercen el rol de las madres de responsables únicas del bienestar familiar), proponiendo medidas que permitan una traducción real de los avances en papel (por ejemplo, cómo lograr que el reconocimiento del trabajo doméstico signifique acceso a derechos y no una mera cuestión retórica) y articulando mecanismos que transformen la noción misma de cómo se elabora política económica desde una perspectiva de género, como son los presupuestos sensibles al género. Finalmente, la economía feminista puede jugar un rol central en tanto que palanca de conexión entre el movimiento feminista, la academia y las instituciones, por ejemplo, a la hora de abrir un debate democrático que valore la pertinencia de firmar un tratado de libre comercio.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
Esquivel, V. et al. (2012). La economía feminista desde América Latina: Una hoja de ruta sobre los debates actuales en la región. Santo Domingo: ONU Mujeres.