En ese tiempo me quedé solo. Mi mejor amigo, Rubén Palavecino, hermano de saliva y sangre, se puso de novio con la Flaca Acosta, una compañera de curso. Se sentaba con ella, en los recreos caminaban de la mano hasta la cantina, compartían sánguches de salame, vasos de gaseosa y se besaban cerca de los canteros de la escuela. A veces los acompañaba pero no era lo mismo. Me sentía un perro que caminaba atrás de sus dueños.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
Martinez, F. (2015). Los curanderos. Buenos Aires: Ministerio de Cultura de la Nación