Con la aparición y desarrollo del Estado moderno y en su correlativa teorización se operó una suerte de traducción política de las categorías fundamentales de la teología judeocristiana. A despecho de todas las fundamentaciones supuestamente terrenas, seculares o racionales de esta nueva forma de orden sociopolítico, las homologías entre el discurso teológico y el de la teoría del Estado saltan a la vista. Y fue precisamente toda esta batería de homologías entre la teología y la teoría del Estado lo que dará tela a la tesis crítica anarquista del Estado como sucedáneo de Dios, y del patriotismo como sucedáneo de la religión (o religión del Estado). En este sentido, el punto central de la polémica decimonónica entre reaccionarios y revolucionarios girará en torno a los siguientes interrogantes: ¿Dios revela la religión y funda su Iglesia, o más bien la Iglesia y su religión “crean” la imagen fantasmagórica de Dios? ¿La Nación funda al Estado y justifica el patriotismo, o más bien el Estado y su apología patriótica “crean” la imagen ideológica de la Nación? Según la respuesta que se brinde a estos interrogantes se obtendrán dos visiones muy opuestas acerca del rol de los “ministros”, tanto religiosos como gobernantes. [...] En última instancia se trata de elegir entre Dios y el hombre, o como podrían haber dicho Proudhon o Bakunin, entre los fantasmas del hombre o el hombre mismo. Pero en cualquier caso, siempre es el hombre quien se decide.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
D\'Auria, A. (2014). El hombre, Dios y el Estado: Contribución en torno a la cuestión de la teología política. Buenos Aires: Libros de Anarres.