Lo que está en juego es hacer presente aquí y ahora, en el único mundo en el que vivimos, el actual, formas claramente alternativas de existencia. Éste es el objetivo prioritario de la intervención social: desvelar con toda su crudeza la miseria del desorden establecido, haciendo ver que no pasa de ser una imposición arbitraria de quienes se benefician de ese desbarajuste. Al mismo tiempo provocar que la gente se dé cuenta de que es posible vivir de otra manera, sembrar en sus corazones la semilla de una nueva sociedad, confiando en que, una vez probada la alternativa, no se conformarán con menos. Ése es el sentido más profundo de un lema que se hizo clásico en los movimientos estudiantiles de los sesenta, rabiosamente impregnados de talante libertario: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Lo queremos todo y lo queremos en estos momentos. No estamos dispuestos a dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. Claro está que eso implica igualmente embarcarse en un proyecto indefinido de evoluciones y revoluciones. El mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones se erige en criterio que orienta nuestra actuación cotidiana; es el faro que nos permite ir entre las brumas del caos presente sin perder el norte de nuestro camino. Buscamos una humanidad reconciliada consigo misma y con la naturaleza de la que forma parte, pero somos conscientes de que la consecución definitiva de esa reconciliación no se alcanzará.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
García, F. (2009). Senderos de libertad. Los anarquistas en los movimientos sociales. Buenos Aires: Libros de Anarres.