Antes de pasar al análisis de las concepciones
luxemburguistas acerca de la espontaneidad, nos parece necesario, a título de contribución
personal, examinar rápidamente la naturaleza y el mecanismo del movimiento de masas, pues Rosa estudió más sus efectos, sus manifestaciones
exteriores, que su dinámica interna. Simple, como todos los fenómenos de la naturaleza,
elemental, como el hambre o el deseo sexual, esta fuerza tiene como motor
primario, como impulso original, el instinto de conservación de la especie, la
necesidad de subsistencia, el aguijón del interés material1. Los trabajadores
se movilizan, abandonan la pasividad, la rutina y el automatismo del gesto
cotidiano, dejan de ser moléculas aisladas y se sueldan con sus compañeros de
trabajo y de alienación, no porque un “conductor” los incite a ello, tampoco,
lo más a menudo, porque un pensamiento consciente los despierte y fanatice, sino,
simplemente, porque la necesidad los empuja a asegurar o a mejorar sus medios
de subsistencia y, si éstas han alcanzado ya un nivel más alto, a reconquistar
su dignidad de hombres.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
Guerín, D. (2003). Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria. Buenos Aires: Libros de Anarres.