“Se es poeta por una amplia sonrisa de las aguas” escribe Francisco Madariaga (1927-2000) en El Asaltante Veraniego (1967), una plaqueta dedicada a su “amigo Aldo Pellegrini”. La publicación tenía un sugestivo subtítulo que iba entre paréntesis: Respuestas de reportajes a unas leves apariciones. Tenemos aquí bajo la forma de una réplica en clave poética una declaración que cifra no sólo la indudable filiación surrealista de Madariaga sino también su poesía toda donde el agua es fundacional. Es un poeta del agua, y como ella, está siempre desplazándose, buceando en sus profundidades la experiencia onírica, su unidad, como una constante metáfora de Heráclito, entramos y no entramos en el mismo río, somos y no somos otros. Las aguas como fundadoras de un país-natal, su maternidad nutriendo con su leche dulce —porque en este vate lo que importa es el agua del río, no la salobre del mar— pero también fijando con su vértigo la desesperación de lo inalcanzable, la muerte como un navegante que cierra el horizonte.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
Chirom, D. (2008). Francisco Madariaga: el surrealismo en estado natural. Orbis Tertius, 13 (14), pp. 1-15.