Los resultados de las elecciones federales del 2 de julio de 2000 en México despertaron nuevas interrogantes para los interesados en el tema de las transiciones. En contraste con las experiencias en América del Sur, Europa del Este o la Europa mediterránea –que han generado ya una amplia literatura–, los cambios políticos en México no son fácilmente asimilables a los marcos teóricos ya construidos. Este trabajo pretende contrastar el modelo ideal de transición y la verdadera transición mexicana. El argumento se centra en tres diferencias: en lugar de ser una transición pactada –como sugiere el modelo teórico–, la mexicana ha sido, por llamarla de alguna manera, una transición votada; además, no ha habido –como sí lo hubo en otros casos– una ruptura con el régimen anterior, por el contrario, el mexicano ha sido un cambio basado en la apertura gradual y continua, no en el rompimiento; por último, en vez de una transformación de las reglas del juego, lo que hemos presenciado ha sido la recuperación de instituciones formales más que el diseño de nuevas.