Quienes han dado lugar al giro lingüístico han ingresado a una dimensión narrativa de autocomprensión de la filosofía que significa un cambio dramático, no del tipo de problemas o estrategias de la práctica filosófica solamente, sino del sentido más general de ésta como interpretación de la racionalidad y la verdad. La tradición intelectual iniciada en el siglo XVII por Descartes tenía por núcleo la suposición de que la racionalidad es algo semejante a lo que se llamó después \"epistemología\". La tradición moderna depende de una concepción de la verdad cuyo origen involucra, así, un exilio del lenguaje. Los modernos justificaban su versión de la racionalidad por recurso a una narrativa cuyo cumplimiento en la verdad era la completa exclusión de cualquier alternativa como irracional. En esto toda narración moderna de la modernidad, como la de Kant en el Segundo Prefacio, resulta ser siempre una metanarración y, por lo mismo, una narración inapelable. El lenguaje mismo estaba en la frontera contraria, separado del quehacer racional y transformado en un \"otro\" de esta narración única, en un incómodo lugar compartido junto a la tradición o la religión. Desde ese lugar, sin embargo, Kuhn, Gadamer o Wittgenstein hicieron volver al lenguaje para hacerlo comparecer. El giro lingüístico es un evento en el cual la racionalidad se manifiesta como la verdad de nuestro lenguaje, una verdad que le había sido conculcada en el universo conceptual precedente y en cuya aparición como horizonte se rehabilita como realidad.
Rivera, V. S. (2000). Rehabilitación del mundo clásico. Reflexiones sobre el giro lingüístico. Yachay, (31), pp. 31-69.