Si convenimos en que todo comienzo es retroactivo, que “un comienzo se acepta como comienzo después de haber comenzado” (Said 1985, 76) y que su sentido se define como tal, como el sentido en el que algo comienza, después de que lo que ha comenzado tomó una determinada orientación, podemos afirmar que la singularidad de la literatura de Puig está dada ya en su comienzo, según el relato que de él hizo el propio Puig en numerosas oportunidades y según nuestra lectura de ese relato. En varias entrevistas y en algunos textos de presentación, con la aplicada insistencia de quien construye una imagen por la que se lo habrá de reconocer, Puig contó la historia de su entrada a la literatura. De tan repetida, y por tratarse de una repetición tan intencional, tan calculada, esa historia, referida fundamentalmente a las condiciones y al modo en que se convirtió en escritor, terminó por tener un nombre: “El accidente de las treinta páginas de banalidades” (Puig 1985, 10).
Giordano, A. (1996). Manuel Puig: los comienzos de una literatura menor. Orbis Tertius, nro. 2-3, pp. 1-14.