Durante muchos siglos de la cultura occidental la parodia vivió la vida depreciada de la marginación como un modo espurio de existencia. Esta situación comenzó a revertirse a partir del último tercio del siglo XIX, cuando el ocaso de la estética romántica y el creciente interés por el aspecto intencional de la creación artística favorecieron el tono paródico. El fenómeno tuvo tal fuerza entonces, que ello llevó a los teorizadores artísticos a una lectura más atenta de ese comportamiento literario. La teoría no estaba, sin embargo, preparada para enfocar la parodia desde una perspectiva realmente liberada de la tradición clásica (que siguió pesando hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de todos los positivismos). Sólo con la aparición del formalismo ruso parecieron darse efectivamente las condiciones de una verdadera revisión de un hecho literario que los antiguos no habían podido considerar en todos sus alcances.
Amícola, J. (1996). Parodización, pesquisa y simulacro. Orbis Tertius, nro. 1, pp. 1-13.