El tema de la memoria ha adquirido en el curso de las últimas décadas una importancia cada vez mayor en muchos países, en particular en Europa y, más ampliamente, en la cultura occidental. La multiplicación de las publicaciones, el eco que encuentra en los medios de comunicación, los debates que suscita son algunos de los síntomas de este interés creciente. La atención está dirigida a la memoria de acontecimientos traumáticos (guerras, dictaduras, masacres): desde este punto de vista, la memoria de la Shoah se ha convertido en paradigma. El interés por la memoria se incrementó también en Argentina, como lo muestran este coloquio y otras iniciativas que vieron la luz en los últimos años. Esta coyuntura general favorable para una reflexión sobre la memoria tiene varias causas que no pueden ser analizadas hoy, aquí, de manera profunda. Por eso, me limitaré a señalar una que merece, en mi opinión, una atención particular y es, justamente, el hecho de que un determinado número de identidades colectivas, que antes parecían sólidamente arraigadas, han devenido más inciertas y se ven amenazadas por un proceso de cambio que se acelera sin cesar y frente al cual, por sus dimensiones planetarias, nos sentimos a menudo impotentes. En este contexto, la memoria es percibida como un punto de anclaje y como una garantía para las identidades amenazadas. En efecto, existe una relación estrecha entre memoria e identidad y es sobre este punto y, más específicamente sobre las políticas de la memoria, que propongo, a continuación, algunos elementos de reflexión.
Groppo, B. (2002). Las políticas de la memoria. Sociohistórica. Cuadernos del CISH, (11-12), pp. 1-12.