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La rebelión iniciada por José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, bien pudo acabar con gran parte del poder español en América en 1781 en regiones que ahora pertenecen al Perú, Bolivia y Argentina. Para ese entonces, se había dado una importante confluencia entre el descontento generalizado de la población criolla, mestiza e indígena contras las distintas medidas económicas impuestas por la corona y el empoderamiento de una nueva identidad inca que generaba supuestas profecías del resurgimiento del imperio incaico. La captura de Túpac Amaru en abril de 1781 y la firma de paz de Diego Cristóbal a inicios de 1782 marcaron casi el final de esa etapa. La principales autoridades españoles nunca olvidaron esto y a la primera oportunidad que tuvieron volvieron a perseguir, encarcelar y enjuiciar a todos los implicados en la rebelión para marzo de 1783. A partir de ahí se dio una de las etapas más cruentas y represivas de toda nuestra historia colonial, donde se condenó prácticamente a muerte a toda la familia y allegados de los Túpac Amaru, quienes sufrieron constantes castigos y recibieron un trato marcadamente inhumano. Toda esta historia fue retratada en las memorias del hermano menor de Túpac Amaru, Juan Bautista, quien fue uno de los pocos sobrevivientes de esta tragedia. Probablemente fue el único Túpac Amaru que pudo ver a América libre del yugo español. Estas memorias constituyen un testimonio fundamental acerca de nuestra independencia americana, donde no solo confluyen las historias de los Túpac Amaru, sino también la de otras rebeliones posteriores, como la de Huánuco de 1812.