Sobre la risa puede hablarse de muchas maneras; cabe, por ejemplo, una aproximación fisiológica, otra psicológica o una tercera sociológica, que los antiguos no desatendieron por completo, si bien Cicerón prefirió investigar sus posibilidades retóricas. A nadie se le oculta la relevancia de chanzas y chistes para disponer a la audiencia de manera favorable o para ridiculizar al adversario; tampoco que esta estrategia, a despecho de su efectividad y por la misma, puede sobrepasar los límites de lo aceptable o de lo provechoso. Cuestión tanto más grave cuanto que el orador puede y debe reírse de asuntos que, considerados en sí mismos, carecen de gracia. La retórica ciceroniana de la risa plantea y desemboca en una ética y una táctica del humor atenta al estudio y posible codificación de los principios rectores de tan poderoso recurso, que debe utilizarse de manera conveniente, adecuada y decorosa (pues de todas estas formas puede traducirse la palabra griega prépon y la latina decorum), lo cual presupone que no siempre es así y, por lo que interesa en estas páginas, que hay risas indebidas, próximas al vituperio, que pueden acarrear dificultades a quien las provoca, pues siempre es peligroso reírse de los poderosos. Cicerón, sin duda, era un individuo que insultaba mucho, con ingenio, gracia y en ocasiones con extraordinaria agresividad.
Mas, S. (2015). Verecundia, risa y decoro: Cicerón y el arte de insultar. Isegoría, (53), pp. 445-473