En este tiempo en que vivimos, donde proliferan las librerías repletas de libros capaces de enseñar todas las técnicas y tecnologías, todos los sistemas y métodos, todos los trucos y artificios -como, v, g., el arte de ser mujer y no morir en el intento, quizá incluso un día el arte de ser humano y no matar por costumbre- no faltarán seguramente los manuales de cómo impartir una conferencia, bien ordenados en secciones, capítulos y subcapítulos, de acuerdo con los procesos mentales lógicos más adecuados al conferenciante, así como a los conocimientos y expectativas de los asistentes; tengamos en cuenta, además, que según las lecciones que nos vienen del otro lado del Atlántico toda la información y los análisis expresados en una conferencia deberán ir acompañados de un ingrediente considerado indispensable a la buena digestión y asimilación de las ideas ofrecidas. Tal ingrediente es el humor. Temo, sin embargo, que, en el caso de la charla que han venido a escuchar, tanto la información como el análisis no resulten suficientemente satisfactorios, y por lo que respecta al humor, pienso, al contrario de lo que se cree generalmente, que se trata de algo demasiado serio como para tomárselo a broma.
Saramago, J. (1998). Descubrámonos los unos a los otros. Isegoría, (19), pp. 43-51