"="">Los historiadores hemos vivido largos años presa de un
engaño, el anacronismo, que nos hace pensar como existentes, para las épocas y
procesos que tenemos el propósito de examinar, categorías de análisis y juicios
de valor que son de uso actual; por lo tanto, no es pertinente proyectar con
esos mismos significados hacia atrás, atribuyéndoles sentidos y alcances que
convertirían nuestras descripciones en improcedentes, a la vez que
irreconocibles para los propios actores que vivieron en ese momento. Realizar
esa proyección invalida las categorías de análisis, o por lo menos les hace
perder su pretensión implícita de “objetividad”. Parecería legítimo sospechar
que lo que estamos haciendo, más que dar cuenta de una realidad preexistente,
es dar satisfacción a nuestros propios deseos de postular cómo, según nuestro
criterio, debieron de haber sucedido las cosas, forzando si fuera necesario los
testimonios que llegaron a nosotros, para adaptarlos a las teorías y líneas de
interpretación que en cada caso venimos a sostener, haciéndoles decir lo que no
dicen y sin tener en cuenta que, como enunciaba Marc Bloch, “...para gran
desesperación de los historiadores, los hombres no suelen cambiar su
vocabulario cada vez que cambian sus costumbres”. Lo cual, ni más ni menos,
nos recuerda que una misma palabra o un mismo hecho utilizados en diferentes
contextos podrían ser reveladores de cosas muy distintas que, por lo tanto, no
hay que darlas por presupuestas. Resultaría engañoso pensar que existen
conceptos, o procesos, a los se les pueda atribuir, como nos gustaría creer
probablemente, significados transculturales constantes y que atraviesen todas
las épocas.
"="">
* Párrafo del texto extraído como resumen."="">
"="">Marquiegui, D. (2002). Aprender y enseñar mirando: la dimensión simbólica de las representaciones sobre una ciudad antigua de la provincia de Buenos Aires.
Clío & Asociados, (6), pp. 73-103.