Este es el segundo poemario publicado por esta poeta española. Su voz poética, sin dejar de ser íntima, cobra por momentos una inusitada fuerza. Se torna en un eco universal, en un dolor quedo y constante, rítmico, que atrapa al lector rápidamente. Se trata un poco de mostrar esa camiseta interior que ha llevado puesta, como lo dice en uno de sus primeros poemas. Esa que llena de vergüenza sus días, sus no tan solitarias noches. Y sin embargo la soledad persiste: «He desgarrado mis párpados con grapas pero aquí no cabe nada salvo tierra. Espero mi crucifixión ante el espejo mientras en el vientre aún flota entre la nada el recuerdo del hijo que nunca tendremos».