Como parte de la herencia clásica, plenamente vigente a lo largo de la Edad Media y el Siglo de Oro, el laurel siguió siendo durante esta época el símbolo del poder, el triunfo militar, el don de la profecía, y, sobre todo, el emblema de la poesía y el signo de la gloria que se alcanza por las letras. También se asoció con él la creencia, conservada hasta nuestros días, y muy viva en nuestra literatura clásica, según la cual el laurel no puede ser alcanzado por el rayo. De otro lado, sus ramas fueron el símbolo y el trofeo de la poesía heroica, mientras que el mirto era propio de la erótica, y la hiedra, de la menor, especialmente la pastoril o bucólica, a pesar de lo cual el laurel abunda como aderezo y con su significado simbólico en las églogas y libros de pastores. El laurel, finalmente, se asocia con el amor: Petrarca, y con él sus seguidores, lo utilizó para aludir a su amada Laura, mediante la asociación fónica, y a veces también semántica, entre Laura y el laurel; y en cuanto a la leyenda ovidiana que narra el amor de Apolo por la ninfa Dafne, transformada en un laurel, sus versiones, tanto serias como burlescas, fueron numerosas en el Renacimiento y el Barroco.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
Salazar, J. (2001). Sobre los significados del laurel y sus fuentes clásicas en la Edad Media y el Siglo de Oro. Revista de Literatura, 63 (126), pp. 333-368.