La Historia nació polémica pero, como oficio –milenario– cultivado desde Tucídides hasta Ranke, jamás debió sortear los desafíos que le planteó la emergencia de la sociedad de masas en pleno siglo XX. La historiografía argentina tampoco quedó ajena a ese último clivaje temporal. En su repertorio libresco figuró la llamada vulgata histórica de cuño positivista, que siguió los pasos de la elaborada por la tradición académica europea decimonónica. Pero allá como acá, después de la primera guerra mundial, los públicos lectores de aquellos relatos, mutaron de forma, al igual que la sociedad toda. La aparición de las masas, o en palabras de Eric Hobsbawm, el ingreso de la gente corriente a la historia, constituye un acontecimiento que aunque no tiene fecha fija, es igual una bisagra. A partir de entonces, a la Historia le importó explicar las acciones de cientos, de miles de personas, millones que padecen las guerras y/o hacen revoluciones, producen y consumen de manera masiva. Es por ello que, para comprender qué dimensión social ocupa la Historia hoy, y más específicamente, cuál es el sentido que tiene la divulgación en la Argentina, no podemos sobrepasar aquel horizonte temporal.
* Párrafo del texto extraído como resumen.
Cibotti, E. (2006). La historia bajo la lupa. Clío & Asociados, (9-10), pp. 122-130.