La alienación es una consecuencia espiritual del desarraigo moderno, que fue vivido en su momento como una liberación y tuvo su máxima expresión en el enorme crecimiento de los núcleos urbanos. Desde una perspectiva ecológica, este desarraigo implica no sólo un alejamiento de las raíces particulares de cada uno, sino también, de una manera más generalizada, una pérdida de la conciencia de que los seres humanos forman parte del mundo natural, de que provienen y existen siempre en lugares concretos y son determinados por ellos (y no por un espacio homogéneo e impersonal). La celebración de la autonomía humana se ve retratada en la actitud de indiferencia o desdén hacia la naturaleza que muestran algunos escritores decadentistas y vanguardistas, y en la búsqueda de un lenguaje universal, libre de las particularidades regionales o nacionales. Durante el siglo XX, varios poetas hispanoamericanos han intentado recuperar un sentido de arraigo, siguiendo y desarrollando ideas románticas de la poesía como «atención enfocada». La presencia de topónimos en la poesía se emplea para resucitar textualmente lugares perdidos para el hablante o para la sociedad debido a las guerras y a la degradación ecológica. Al tratar de lugares específicos en sus textos, los poetas dejan de ver a los seres humanos como sujetos autónomos, sino más bien como seres imbricados en redes complejísimas, y así abren la posibilidad de salir del círculo vicioso de la alienación y de acceder a actitudes, y quién sabe si comportamientos, menos dañinos y más respetuosos hacia nuestro entorno.
Bins, N. (2001). Criaturas del desarraigo, o en busca de los lugares perdidos: Alienación y ecología en la poesía hispanoamericana. América Latina Hoy, 30 (1), pp. 43-77.