En este aspecto, el traductor literario no debe sentir temor de dejar entrar en su prosa el aire revitalizador de la lengua hablada y empaparse de su rebeldía. Tampoco deben espantarlo los neologismos. Por el contrario, debe sentirse autorizado incluso a ensanchar su idioma con palabras de su propia creación. También así crecen las lenguas, que no solo desde abajo, por presión popular.
Arbea, A. (2007). Sobre la sinceridad del traductor. Onomázein, nro. 16, pp. 233-236.