La defensa corriente del estudio del latín esgrime variados argumentos, no todos atendibles. Es el caso, por ejemplo, de aquel que sostiene que “el latín enseña a pensar”, o bien de aquel que exagera el beneficio práctico de esta lengua y reduce a él todas las bondades de su conocimiento. Una saneada apología del estudio del latín, expurgada de excesos e impertinencias, solo puede surgir de una fundada y madura adhesión a los ideales del humanismo, y de una lúcida comprensión de cuáles son las genuinas tareas intelectuales que tienen por delante las humanidades.
Arbea, A. (1999). ¿Por qué estudiamos latín? Onomázein, nro. 4, pp. 371-379.