En el presente trabajo intento analizar, por una parte, el complejo entramado institucional, político e intelectual tejido en torno a la pederastia griega; por otra, la respuesta platónica ante él. Quizá en sus orígenes la pederastia fuera un rito iniciático sometido a una fuerte reglamentación; posteriormente se transformó en un tema cantado por los poetas y en un elemento de la autocomprensión aristocrática. Platón sabe que la tradición de sus admiradas Esparta y Creta, así como los poetas, ofrecen cierta cobertura ideológica a las prácticas pederasticas; tal vez no fuera ajeno a ellas y, en todo caso, se movía en círculos que intentaban difíciles síntesis entre las enseñanzas socráticas y la tradición y los poetas, insertando la pederastia en un marco educativo más amplio e intentando desterrar de ella cualquier connotación sexual. Platón sabe asimismo que las enseñanzas socráticas son difíciles de cumplir, que en ellas hay algo importante y que su cumplimiento pide renuncias. Ahora bien, que la armonía del alma consigo misma pida renuncias no implica desterrar radicalmente todo elemento erótico. De aquí la centralidad de la cuestión de la pederastia en el pensamiento platónico, porque en ella se ve con especial claridad las dificultades esbozadas en las líneas anteriores, como si la pederastia fuera una especie de modelo en miniatura donde poder plantear el problema político que verdaderamente interesa a Platón, al que apuntan los diálogos examinados en este artículo y que alcanza su máxima expresión en las Leyes: el control de los deseos (en la medida de lo posible y por todos los medios posibles) como elemento fundamental en la construcción de esa organización política que, “si existiera, todo serían bienes para la ciudad en la que se diera” (Rep. 471 c).
Mas, S. (2013). Eros platónico y amor a los muchachos. Isegoría, (49), pp. 245-268