En el doble tono del pensamiento de Aranguren -el del filósofo moral y el de moralista- es el segundo el que lleva el cantus firmus y constituye el estilo del pensador. En este sentido, la obra de J.L. Aranguren continúa creadoramente la gran tradición moralista del pensamiento hispánico. Remedando la expresión orteguiana, podría definirse como «experimentos morales de nueva España», poniéndola en forma moral. A la vez, pervive en ella el aliento unamuniano de una profunda reforma del ethos del catolicismo español. Pero J.L. Aranguren ha realizado su vocación de reformador moral en un ejercicio de transmutación íntima, de autodesprendimiento irónico y transcendimiento utópico del propio si mismo. En otros términos: ha llevado a cabo su tarea de reformador en la tensión entre el desbloqueo crítico de la experiencia moral y su apertura hacia un nuevo horizonte. En un primer momento, el ámbito de experimentación estuvo demarcado por el «buen talante» católico y una metafísica intelectualista zubiriana, que fraguaron en una ética normativa, abierta a las diferentes esferas de la cultura y de profunda inspiración religiosa. Posteriormente, la exploración de la crisis nihilista de Occidente produjo una profunda inflexión en su planteamiento. La crisis determinó un «repliegue ético» decisivo, es decir, una mayor vecindad al planteamiento kantiano, poniendo ahora el acento en la actitud o existencia ética en sí misma, por encima de los contenidos. En sustitución del estilo fundamentalista de la metafísica, el factum moral y el mundo de la vida son ahora los dos focos de constitución de la experiencia moral. Paralelamente, la tarea del reformador moral se centra en el sondeo de la desmoralización utópica de la existencia. La crítica se ejerce fragmentariamente, a piezas sueltas, en torno a los problemas más acuciantes de la experiencia moral: violencia, consumismo, marginación social, tecnificación burocrática de la moral, establecimiento democrático, etc. Acorde con este reforzamiento de la actitud ética se agudiza la tensión entre ética y política hasta límites trágicos, a la par que se replantea sobre nuevas bases la relación entre una moral utópica, de tensión y aspiración, y una religión abierta.
Cerezo, P. (1991). J.L. Aranguren: reformador moral en época de crisis. Isegoría, (3), pp. 80-106